Sufrir no es tan fácil. Requiere saber cómo. El sufrimiento no forma parte de nuestra naturaleza profunda. En ella practicamos la adhesión incondicional a lo que es, tal y como es, a cada momento.
Conste que no hablamos de dolor, que lógicamente forma parte del paisaje de la vida, y requiere nuestra adhesión para no convertirlo en sufrimiento.
Cuando abrazamos la confusión, llega la claridad y también la abrazamos. Ahí va la tristeza, la alegría, la ternura, el miedo, el enojo, éste pensamiento u otro, la envidia, la venganza, el deseo de apartar algo, y muy especialmente todo aquello que nos resulta desagradable, y lo abrazamos todo, incluso nuestra sensación o idea de que algo es desagradable. No hay bueno y malo, ni positivo ni negativo, que son únicamente creaciones y categorías de la racionalidad. Todo es experiencia. Somos una fiesta sagrada, un carrusel, lleno de formas y colores, en movimiento constante. Pero en verdad, tanto como la fiesta, somos los festejadores. Y el festejador ama porque es su don.
He aquí la fórmula para sufrir: algo ocurre y no lo quiero, y algo no ocurre y lo quiero. Sencillo. En palabras de Buda: «Estar lejos de lo que amo o cerca de lo que desprecio es sufrimiento». Es decir, me opongo a lo que está ocurriendo, ahora dentro de mí, ahora fuera de mí, en mi trabajo, en mi pareja, en mis hijos, en mi vida.
Ahora. Sin embargo es lógico y nos hace fuertes querer cambiar lo posible que está por venir, y que sea distinto mañana. También abrazaremos nuestro deseo de modificar la realidad para que se acerque a nuestros deseos y valores.
¿Por qué no? Eres un invitado maravilloso a la fiesta sagrada de nuestra vida. Pero para sufrir se requiere la presencia de un personaje y una voz dentro de nosotros que martilla a lo que ya está siendo: –Debería de ser de otra manera, proclama. Y a continuación necesitamos creerla como una verdad (ya que el personaje siempre encuentra un sólido argumento), no como una experiencia más. Y torturarnos por ello.
Todo sufrimiento comienza con la palabra: «Debería», «Tendría que», «Podría», etcétera.
Por lo tanto, abre los ojos y festeja la vida, y si los personajes que crees ser no te dejan, tómate el privilegio de no considerarlos tan en serio, y a cambio trata de sentir un silencio vibrante en el centro de tu pecho. Ahí vive el festejador, que no se opone a nada, ni se adhiere a nada más allá de lo que es. ¿Cuándo? Ahora. ¿Cómo? Con amor.
Extracto publicado en el Blog del Instituto Gestalt